9/08/2011

ARGUMENTO: EL VIEJO Y EL MAR (Ernest Hemingway)


EL VIEJO Y EL MAR
Ernest Hemingway

El viejo y mar es una novela que nos presenta la filosofía de "El viejo" (Santiago) como pescador y su relación con el mar o "la mar", como lo llama él, "porque así es como le dicen en español cuando la quieren". Santiago, un viejo pescador cubano, después de ochenta y cuatro días de no capturar un pez, decide hacerse al mar. Siendo él extremadamente pobre, recibe la ayuda de Manolín, "el muchacho" quien es su amigo y quien fuera antes su aprendiz. Años atrás, el viejo enseñó al muchacho a pescar, pero la mala suerte hizo que el padre de Manolín lo obligara a dejar a Santiago para salir con un bote que tuviera buena suerte. El muchacho, quien aún le tiene cariño al viejo, le consigue sardinas para usar como carnada, y cena, para recuperar fuerzas para salir a pescar. Antes del amanecer, sale Santiago al mar. Mientras rema, piensa el protagonista en sus días de mala suerte, pero se consuela pensando que cada día es un nuevo día. Que es bueno tener suerte, pero que se necesita estar preparado. "Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto".

Después del amanecer, cuando el sol está a dos horas de altura, ve el viejo un grupo de aves marinas de largas alas negras girando en el cielo sobre él. Las aves le indican la presencia de unos grandes dorados. Santiago persigue a las aves y a los peces, pero van demasiado rápido y se le escapan. El viejo sigue remando, sabe que su "pescado grande" tiene que estar en alguna parte.
A lo largo del día, confusos pensamientos atraviesan su mente, desde el béisbol y su venerado Di Maggio, cuyo padre fue también pescador, hasta la posibilidad de que la gente lo considere loco por hablar consigo mismo. Es en medio de esos pensamientos, que siente un vivo tirón en uno de los sedales. En este punto de la historia comienza el verdadero duelo entre Santiago, el viejo, y su mar, representado por un pez, enorme e increíblemente duro.

Santiago permite al pez que lo arrastre con él, es un pescador paciente y experto y sabe que el pez va a cansarse, a necesitar alimento y él va a poder acercarse lo suficiente para clavarle su arpón en el corazón. Después de cuatro horas, el viejo se pregunta cómo será este pez al que todavía no ha visto. Después de la puesta del sol y para distraerse del dolor causado por la postura forzada para sostener el sedal, vuelven sus pensamientos al béisbol, desearía tener una radio, como la gente rica, para escuchar los partidos y enterarse de los resultados. Después de una noche entera sosteniendo el sedal para evitar que el pez se escape, Santiago siente los efectos del cansancio y el dolor de la vejez. Extraña al muchacho. "Nadie debiera estar solo en su vejez. Pero es inevitable", piensa Santiago. Se alimenta de pescado crudo para recobrar la energía suficiente para la pelea que se avecina. Siente pena por este pez, tan grande y maravilloso, pero sabe que tiene que matarlo. Recuerda, con tristeza, la ocasión en la que él y el muchacho pescaron una de dos agujas que iban en pareja. El macho de esta especie siempre deja comer a la hembra primero. La hembra luchó desesperadamente por su vida. Y el macho nunca la abandonó. Tanto Santiago como Manolín sintieron tristeza, le pidieron perdón a la hembra y le abrieron el vientre con rapidez para que no sufriera.

Empieza a ponerse el sol por segunda vez. El viejo, para darse fuerzas, recuerda un momento de su vida cuando, siendo más joven, había pulseado con "el gran negro Cienfuegos" durante todo un día y toda una noche, en Casablanca. Y había ganado. Entonces no era viejo sino "Santiago El Campeón".
Al caer la noche, el viejo, cansado, se recuesta contra la madera gastada de la proa, decide usar los remos para sujetar el sedal y poder descansar. Vuelve a sentir pena por el gran pez que no tiene nada que comer. Santiago siente que el castigo del anzuelo es malo para el pez. Pero el castigo del hambre y el encontrarse frente a una situación que no comprende es lo peor.

En sus sueños aparece primero una vasta mancha de marsopas en época de apareamiento, brincando en el aire. Sueña luego que está en su pueblo, en su cama. Y luego surgen en sus sueños la larga playa amarilla y sus leones en África "jugando como gatitos en la playa". Es feliz.

Al amanecer del tercer día empieza el pez a dar vueltas. Es el momento que Santiago ha estado esperando. Comienza el duelo final. Durante horas el pez gira en torno a la barca. Santiago resiste, pero está agotado. Siente vahídos y mareos. Justo cuando empieza a rogar a Dios para que le ayude a resistir, siente una serie de tirones y sacudidas en el sedal que está sujetando con ambas manos. El pez está golpeando el alambre con su pico. Santiago sabe que cada golpe puede ensanchar la herida. El viejo trata de evitarle dolor al pez, a pesar de estar sufriendo él mismo dolores inenarrables. En la vuelta siguiente ve al pez, bello y tranquilo. Con su arpón en la mano, lo ve acercarse. Siente que la lucha va a vencerlo. "Me estás matando pez –pensó el viejo-. Pero tienes derecho, hermano". Jamás había visto él una cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila, ni más noble. Cogiendo todo su dolor y lo que queda de su fuerza clava el arpón en el corazón del pez, que se levanta del agua, mostrando toda su longitud y anchura y todo su poder y belleza en la muerte.

Amarra Santiago el enorme pez al costado del bote para volver al puerto. Todo su esfuerzo es inútil si no puede acarrear el pez al mercado para su venta. Pero la distancia es grande y los tiburones han percibido la sangre del pez en el agua. El primer tiburón que los ataca se lleva cuarenta libras del pez antes de que el viejo lo mate. Y deja al pez sangrando. La sangre en el mar atrae más tiburones. Santiago se cuestiona haber matado a su pez. "Quizás haya sido un pecado", piensa. Dos horas después dos galanos, tiburones extremadamente agresivos, han captado el rastro de la sangre. Al final del día no queda nada del pez que pueda ser vendido, sólo queda la cabeza y el espinazo. Santiago se cuestiona el haberse alejado demasiado de la costa. Se siente derrotado y cansado por dentro.

Cuando llega Santiago al puerto se da cuenta de la magnitud de su cansancio. Quita el mástil de la carlinga y empieza a subir hacia su choza. Al mirar hacia atrás, al reflejo de la luz de la calle, ve la gran cola del pez levantada detrás de la popa del bote, ve la línea desnuda del espinazo, y la cabeza con el saliente pico. Llega a su choza y se duerme. Manolín lo encuentra dormido cuando entra a la casucha la mañana siguiente. El muchacho lo despierta, le lleva café, y le cuenta que han estado buscándolo por dos días, con guardacostas y aeroplanos. "Me derrotaron", dice el viejo. "No. El (el pez) no. Él no lo derrotó". Manolín insta al viejo a descansar, a recuperarse, porque él va a volver a salir a pescar con el viejo. Sin importar lo que digan sus padres.